miércoles, 8 de mayo de 2024

Vicente "el cojo", el primer español que logró participar en el Tour de Francia


Se llamaba Vicente Blanco Echevarría, aunque todos le conocían como "El cojo". Nació en Deusto (Euskadi) allá por  1884 en el seno de una humilde familia marinera. Cuando apenas contaba 13 años decidió embarcarse para apoyar económicamente en casa. Primero trabajó como pinche de cocina y posteriormente como palero en la sala de máquinas. Allí, peleándose con el carbón a altas temperaturas y rodeado de agua sucia, consiguió desarrollar un físico privilegiado y, sobre todo, una resistencia al sufrimiento fuera de lo normal. Su vitalidad era tal que cuando arribaban a algún puerto extranjero, siempre que podía, en lugar de descansar como sus compañeros de fatigas, el bueno de Vicente siempre que podía alquilaba una bicicleta y recorría las calles de la ciudad. Y es que la bicicleta fue siempre su gran pasión. 

Con 20 años decide poner final a su etapa marítima y encuentra trabajo en la siderurgia "La Basconia". Allí, lejos de encontrar la estabilidad de un trabajo en tierra firme, lo que casi encuentra es la muerte. Debido a su arrojo, jovialidad y atrevimiento sufrió varios accidentes que bien pudieron costarle la vida. En uno de ellos, por una apuesta con sus amigos se cayó desde una casa que estaba en construcción. Poco tiempo después una barra de metal al rojo vivo le entró de abajo a arriba por el talón, dejándole todos los músculos del pie izquierdo destrozados. Y menos de un año más tarde, en los diques de Euskalduna, los engranajes de una máquina le atraparon el pie derecho, haciéndole perder los cinco dedos y quedando cojo.

Con los dos pies prácticamente inutilizados Vicente, lejos de amilanarse y pese a tener importantes dificultades para caminar, se volcó con su gran afición: el ciclismo. Lo primero que hizo fue comprar una vieja bicicleta oxidada y sin ruedas, que poco a poco iría arreglando para poder competir con ella. Con 22 años solicita federarse en la Federación Atlética Vizcaína para tomar parte en sus competiciones, pero lo único que consigue es ganarse su compasión. Les enseña sus heridas, les cuenta su historia, incluso sus enfrentamientos nadando, en bici y corriendo frente a profesionales que vivián de estos retos. Consigue que le inviten a competir en un velódromo pero la diferencia de su bicicleta con las del resto es abismal y lo paga. Incluso casi acaba preso porque, viendo que los demás corredores iban con las piernas y los brazos descubiertos, al no tener él el uniforme, no tuvo mejor idea que ponerse a correr en calzoncillos.

Poco después consigue su primer pódium en una prueba celebrada en Vitoria. Con las 125 pesetas del premio regresó a su casa en Bilbao y se casó con su novia. Debido a su nueva situación personal, desapareció una temporada del panorama competitivo. Corrieron rumores de que había fallecido pero acalló todas esas leyendas urbanas cuando en 1908 se proclama Campeón de España. Dicen las crónicas que, por aquel entonces, los ciclistas debían de parar a mitad de la prueba y firmar en un control. Se comenta que Vicente, que iba escapado junto a otros tres corredores, tiró de picaresca. Firmó en primer lugar y rompió intencionadamente la mina del lápiz con el que se firmaba. Sus compañeros de fuga tuvieron que esperar a que el juez lo afilase con una navaja y, cuando fueron a reanudar la marcha Vicente ya les sacaba una importante ventaja. La suficiente como para ganar en solitario en las calles de Gijón

En 1909 repite su victoria en el Campeonato de España, esta vez celebrado en Valencia. A su vuelta a casa se encuentra con muchas tiendas de Bilbao engalanadas con su efigie. Es un héroe y, como tal, recibe múltiples invitaciones a eventos populares. Se cuenta que en un sólo día tuvo que acudir a 5 alubiadas. En España sigue sumando victorias de prestigio, como la Irún - Pamplona - Irún prueba de gran prestigio internacional. Es entonces cuando le empieza a rondar por la cabeza la idea de acudir al Tour de Francia, prueba de más prestigio por entonces pero que, por su dureza, ningún español había catado aún.

En su 8ª edición, aquella prueba estaba más próxima al Paris-Dakar que a una carrera ciclista. Durante más de 4.000 km , repartidos en 15 etapas, los corredores debían de pedalear por carreteras no asfaltadas, polvorientas, plagadas de baches y piedras, convirtiéndose en trampas mortales. Además, pasaban hambre y sed, padeciendo muchos de ellos enfermedades. Y por si fuera poco, aquel año se metían por primera vez las etapas pirenaicas, con importantes puertos para ascender. La dureza era tal que una cuarta parte de los inscritos se retiraron nada más conocer el recorrido.

Y, donde muchos vieron un problema, Vicente vio una oportunidad. Daba igual que no tuviese dinero para costearse el viaje, o que apenas pudiera juntar un zurrón con algunos mendrugos de pan y alguna moneda para todo el camino. Con la ilusión por bandera decide partir en bicicleta desde Bilbao a París.  Llegó el día de antes, y un mecánico español le proporcionó una bicicleta más ligera, de 15 kilos, para que pudiera arrancar la competición entre los isolés, aquellos ciclistas que iban solos, por libre, sin equipo. Debían buscarse la vida no sólo para terminar las etapas, sino también para comer, alojarse, solventar cualquier problema que les sucediera durante la carrera...

Así que al día siguiente, el 3 de julio, después de dormir mal y amanecer peor, Vicente Blanco se dispuso a afrontar su primera etapa del Tour. Aprovechó la salida para ver a los grandes ciclistas de la época, los Cruppelandt, Faber, Lapize o Garrigou, porque ya no los iba a ver más. Desde el comienzo se le escaparon. El bilbaíno no duró ni una jornada, en un Tour en el que achacó el fracaso a las averías, al cansancio, a las caídas...pero sobre todo a que "no pude hacer nada contra aquellas fieras bien alimentadas".  

martes, 5 de marzo de 2024

Heráldica deportiva: Bayern de Múnich


El Bayern de Múnich, uno de los mejores equipos del mundo y todo un histórico, es el representante por excelencia de la región alemana de Baviera. Club orgulloso donde los haya, alimenta su imagen de gigante del fútbol alemán, sabiéndose el mejor y actuando en consecuencia. Nunca se ha avergonzado de ser el número uno y nunca ha dudado a la hora de fichar a los mejores jugadores de sus rivales más cercanos. Su escudo, que ha experimentando profundos cambios hasta 1970, hace referencia a varios elementos de la cultura bávara. Los rombos azules sobre fondo blanco son los de la bandera de Baviera, sin olvidar de que también son los colores que eligió el club en su fundación. El círculo rojo, con letras blancas, que rodea a la bandera bávara representa los colores que años más tarde adoptaría el club para su indumentaria. Y finalmente, dos círculos blanco y azul rodean a todo el escudo en recuerdo a la primera bandera-escudo que lució el club. Además, en ocasiones el escudo aparece acompañado de 5 estrellas doradas que hacen referencia a las más de 30 Bundesligas que han ganado (1ª estrella por 3 títulos, 2ª por 5 títulos, 3ª por 10, 4ª por 20 y 5ª por 30). Su nombre Bayern significa "bávaro", el gentilicio de la región. 

A nivel político ha sido un club muy activo, pues es un club que ha tenido importantes vínculos con el judaísmo. Para los nazis, el Bayern era "el club de los judíos", por lo que muchos de sus miembros tuvieron que abandonar Alemania con la ascensión de Adolf Hitler al poder. Sin embargo, otros decidieron quedarse y enfrentarse a los nazis organizando actos de desobediencia y resistencia civil. Actos, por cierto, que fueron olvidados durante la posguerra pero pero que desde hace unos años han reincorporado a su orgullosa historia. Su lema "Mia san mia" (Somos lo que somos) refleja a la perfección la filosofía del club.

Imagen: Freebie supply

domingo, 25 de febrero de 2024

Heráldica deportiva: Real Club Celta de Vigo

Nuestro equipo de hoy es el Real Club Celta de Vigo, que posee uno de los escudos más originales de la Liga. Fue fundado en 1923, tras la fusión de otros dos equipos vigueses, el Real Club Fortuna y el Real Vigo Sporting Club, con el objetivo de crear un equipo más potente y que pudiera competir de tú a tú con los equipos vascos, grandes dominadores del fútbol nacional por entonces. Aunque el escudo originalmente se pensó que fuese rojo y blanco, como el de sus dos equipos matrices y el de la bandera de la ciudad de Vigo, finalmente se decidió que fuese azul celeste y blanco porque querían representar a toda Galicia. Las dos ces blancas que se dibujan sobre el escudo medieval de color azul celeste, significan "Club Celta". La cruz de Santiago representa al patrón de Galicia, y es un símbolo que años más tarde compartirá con otros clubes gallegos como el Racing de Ferrol y la S.D. Compostela. La corona real es herencia de la que tenían los dos clubes de los que nace, aunque hubo una época -durante la República- en la que fue eliminada al estar prohibidos los símbolos relacionados con la realeza y la monarquía.

Es un club con fama de sufridor ya que a lo largo de su historia ha experimentado todo tipo de situaciones, casuales o causales, en los que ha salido casi siempre perjudicado. Conocido como el club olívico, o celtiña, presenta una gran rivalidad contra el otro gran equipo gallego, el Deportivo de la Coruña, con quien disputa O noso derbi

miércoles, 21 de febrero de 2024

Heráldica deportiva: Boston Celtics

@freebie supply

Los Celtics de Boston son, muy probablemente, el equipo más famoso de la NBA, la liga profesional de baloncesto norteamericana. Creado en 1946, destila por todas partes la herencia irlandesa que recibe de sus habitantes (se estima que actualmente, 1 de cada 5 habitantes tienen raíces irlandesas). En homenaje a ella toma el apodo de Celtics (los celtas), y el color verde tan representativo de Irlanda. Además, en 1950 le añadieron al escudo a su mascota, Lucky el Leprechaun, un personaje indispensable de la mitología de la isla Esmeralda, junto a su característica pipa y el shilleagh (un bastón que sirve tanto para apoyarse como de arma). Es uno de los equipos que menos ha modificado su escudo en sus casi 80 años de historia.

jueves, 23 de noviembre de 2023

El triunfo de la inteligencia


En el año 1952, los Juegos Olímpicos de verano llegaban a Helsinki (Finlandia). Aquel evento deportivo que el noble francés Pierre de Coubertain había conseguido resucitar, casi medio siglo antes, proseguía su crecimiento imparable edición tras edición. Una de las grandes novedades en aquel momento fue que la Unión Soviética, hasta entonces poco dada a participar en estas competiciones por el papel que ocupaba inicialmente el deporte en su programa ideológico, se presentaba por primera vez a unos Juegos Olímpicos. En la antesala de los que se conocería como la "guerra fría", la creciente rivalidad del bloque comunista, de la que era el germen y estandarte, con el bloque capitalista, encabezado por los Estados Unidos, sería llevada a todos los campos, incluido el deportivo. 

No se escatimaron gastos. La repercusión mediática de los Juegos Olímpicos ya no era un secreto y ganar al enemigo capitalista se convirtió en una obligación más que en una prioridad. El gobierno soviético pone al servicio de todos los países comunistas de su entorno una amplia variedad de medios (científicos, técnicos, médicos...) para que sus mejores atletas acudan a una concentración en Kiev y allí afinen su puesta a punto. Unos meses antes de la competición, varias delegaciones de países comunistas acuden a la concentración con la esperanza de poder competir en las mejores condiciones. Allí se encuentran con que van a trabajar con profesionales muy cualificados y a la vanguardia en campos tan variados como los sistemas de entrenamiento, la biomecánica, o la medicina del deporte. De entre todos los avances destacaba una innovadora plataforma que medía el impulso de la pisada de los atletas durante la carrera. Un dato muy valioso y que, junto a la frecuencia de la zancada, son claves en el rendimiento del corredor de élite. 

Checoslovaquia, controlada por entonces por el gobierno soviético, envió a sus mejores atletas a esa concentración para que pudieran beneficiarse de esos revolucionarios avances en las ciencias del deporte que tan bien les habían vendido los soviéticos. Entre ellos, estaba un tal Emil Zatopek, que por entonces era el plusmarquista mundial de los 5.000 metros. Había mucha expectación en conocer los resultados del atleta checoslovaco en aquellos innovadores test sobre la pisada. El resultado, que a día de hoy sigue sin publicarse, fue desconcertante. De entre más de doscientos atletas testados, el peor impulso de pisada correspondía a Emil Zatopek. Aquel resultado cayó como un jarro de agua fría sobre los científicos y el propio Emil. Por si hubiese ocurrido algún tipo de error en el protocolo o en la medición se repitió y revisó la medición. Quiso contentar a los científicos y realizó el mayor impulso posible. El resultado fue el mismo.

Sin embargo Emil, no se vino abajo. Era consciente de que para el atletismo tenía menos condiciones naturales que la mayoría de sus rivales. Pero también era verdad que su infancia no había sido precisamente un jardín de flores. De pequeño había sufrido el desprecio de sus compañeros, que se metían con él por su voz de pito, su complexión extremadamente delgada y enclenque, y hasta le confundían con una niña más pequeña. Tampoco encontró mucho apoyo en su familia. Pero era una persona muy inteligente. Tanto que su mejor arma fue la observación, convirtiéndose en todo un autodidacta. Pasó horas observando a los mejores entrenadores de la época, preguntándose y cuestionando si cuando se pensaba que las cosas se estaban haciendo bien, en realidad no se estaban haciendo mal. Perfeccionó un nuevo sistema de entrenamiento, el interval training, que terminó para siempre con el dominio de los corredores nórdicos, hasta aquel momento intratables en las pruebas de resistencia en pista.

Dos meses más tarde, se celebraban los Juegos olímpicos de Helsinki. participaron 5870 deportistas de 69 países y pasaron a la historia como los juegos de Emil Zatopek. Aquel corredor, al que una máquina le había rebajado su estatus, ganaba el oro en el 5.000 m, el 10.000 m y la maratón. Nunca nadie más volvería ha hacerlo

miércoles, 22 de noviembre de 2023

El Celtic de Glasgow, mucho más que un club

El Celtic de Glasgow, cuyos seguidores son conocidos popularmente como "The bhoys" (palabra con la que se identificaban a sí mismos los emigrantes irlandeses que habían emigrado a otros países) o "The hoops" (por las rayas horizontales blancas y verdes de su uniforme), no solo es uno de los gigantes del fútbol escocés sino que también es uno de los equipos históricos del fútbol mundial. Ser del Celtic es más que alentar a un club de fútbol porque su historia le lleva a estar profundamente vinculado a movimientos sociales, políticos y religiosos. El trébol de cuatro hojas que hay en su escudo -y que sustituyó a la cruz celta-, no es casual, pues es uno de los emblemas más representativos de Irlanda. Simboliza a aquellos emigrantes  y colonos irlandeses que, durante la época de la gran hambruna, allá por el siglo XIX, emigraron a Inglaterra, Escocia y las colonias británicas de ultramar en busca de trabajo y mejores condiciones de vida. Pero no todos logaron su propósito, sobre todo los que emigraron a Escocia e Inglaterra, porque muchos sufrieron el rechazo y la discriminación de la población autóctona, lo que les convirtió en la nueva clase baja

En Glasgow, los emigrantes irlandeses se establecieron sobre todo en la zona del East End que, en aquel momento, pasaba por ser una de las zonas más deprimidas y marginales de todo el Reino Unido. Hacinados, y víctimas de múltiples enfermedades, llegan a concentrar la mayor densidad de población de toda Europa, pero los problemas no terminaron ahí. La población autóctona, lejos de ayudarles, intentará aprovecharse de sus necesidades ofreciéndoles los peores puestos de trabajo, en unas condiciones que rozaban la esclavitud y con unos sueldos muy bajos. Y es que el emigrante irlandés, por lo general, provenía del mundo rural, carecía de estudios y no tenía cualificación alguna. Este detalle no pasó desapercibido para la iglesia protestante que sí se interesa por su situación, pero más por el hecho de engrosar su lista de fieles que el de prestar ayuda humanitaria a la población más necesitada.

En medio de este panorama desolador, emerge con fuerza la figura de Andrew Kerins, un hermano marista irlandés que había sido destinado a Glasgow hacia 1870. El Hermano Walfrid, que así se hacía llamar, sabía de primera mano las penurias que los colonos irlandeses habían pasado en su Irlanda natal porque a él también le tocó vivirlas de primera mano durante su juventud. Desde su posición, primero de maestro y luego como director de escuelas católicas de Glasgow, dedicó su vida no sólo a educar a los jóvenes de estos barrios marginales, sino también a alimentarlos y vestirlos. Logra desarrollar campañas en las que se consigue que los niños pobres tengan al menos una comida caliente al día, pero no es suficiente. La pobreza seguía creciendo sin remisión, y la iglesia presbiteriana entorpece las campañas de la iglesia católica, tal y como hacía habitualmente en Irlanda. Su modus operandi era siempre el mismo, enviar misioneros a las zonas más deprimidas para aprovecharse del hartazgo y la desesperación de los colonos más necesitados, ponerlos en contra de los católicos, y captarlos para su fe. Y mal no les iba porque, además de evangelizar la zona, toda las disensiones internas del presbiterianismo quedaron olvidadas en un segundo plano. Al mismo tiempo, gran parte de la sociedad escocesa, que en su mayoría profesaba el protestantismo, empieza a mostrarse molesta con la masiva llegada de colonos católicos irlandeses. Aparece un sentimiento de anticatolicismo en la sociedad escocesa que se verá reflejado en una creciente presencia de la Orden de Orange, una fraternidad protestante de carácter muy conservador. Lo que no había conseguido el protestantismo escocés en siglos, lo había conseguido en un par de décadas el catolicismo, unirlos en un sólo frente anticatólico.

En 1887 el Hibernians, un equipo de Edimburgo creado por el padre Edward Hannan y en el que sólo podían jugar católicos irlandeses, ganó la Copa de Escocia, el trofeo más importante y deseado por entonces. Su hazaña es celebrada por todos los irlandeses en Escocia. Al Hermano Walfrid le marcó mucho el hecho de que los irlandeses de Glasgow celebrasen aquel triunfo como algo suyo y, sobre todo, como aquel hecho asilado había traído algo de alegría a sus vidas. En el acto de entrega del trofeo, celebrado en Glasgow, son los propios directivos del Hibernians quienes animan a los irlandeses de Glasgow para que creen su propio club. El Hermano Walfrid, encantado con la idea, recoge el guante y crea el Celtic de Glasgow en 1888. Con ello buscaba que los irlandeses de Glasgow tuviesen una identidad propia, con un símbolo alejado de la iglesia, y que reforzase el sentimiento de orgullo irlandés. A diferencia del Hibernians, el Celtic no pretendía ser exclusivo de la comunidad irlandesa. De hecho, escoge su nombre porque la cultura celta era un nexo de unión entre irlandeses y la población de Escocia. "Lo que cuenta no es su nacionalidad o su religión. Lo que cuenta es el hombre en sí mismo", afirmaba Willie Maley, primer entrenador de la historia del Celtic.

@Andy Buchanan

El nuevo club es un éxito total, tanto a nivel deportivo como a nivel humanitario. Porque además de ejercer como elemento de cohesión e identidad para los emigrantes irlandeses, también acoge e integra en sus filas a gente de otras clases sociales y confesiones religiosas. Con lo recaudado en las entradas de los partidos consiguen dinero para proseguir con sus campañas de ayuda a las familias más necesitadas del East End, sobre todo a la hora de que no faltase entre los más jóvenes un plato de comida caliente. A diferencia de otros clubes de la época, donde ya se veían los albores del profesionalismo, el Celtic tenía jugadores amateurs. También será un elemento muy importante a la hora de combatir el alcoholismo, adicción que crecía a pasos agigantados en los barrios más marginales, y la delincuencia. Pero, sobre todo, fue un símbolo de esperanza cuando todo lo que le rodeaba era miseria y desesperación.

Con su aparición serían varios clubes los que se disputarían la supremacía del fútbol en Glasgow: Celtic, Rangers, Partick Thistle, Queen´s Park... El caso del Rangers es muy llamativo porque era un club creado, una década antes que el Celtic, sin ningún tipo de pretensión identitaria ni ideológica. Simplemente respondía a los deseos de un grupo de jóvenes escoceses del West End por jugar al fútbol. Con el tiempo, el gran crecimiento deportivo y social experimentado por el Celtic, despertó el recelo del protestantismo más rancio, sobre todo el de la sectaria Orden de Orange. Ésta, que contaba con varios miembros en la directiva del Rangers, fue radicalizando su posición hasta el punto de no contratar ni jugadores ni empleados católicos durante la mayor parte de su historia. 

@The Scotsman

A partir de ahí la rivalidad se radicaliza en ambos bandos, yendo más allá de lo deportivo. Ser hincha del Celtic, por lo general, implica ser de izquierdas, católico, y estar a favor de la independencia de Escocia. Y ser del Rangers es todo lo contrario, un perfil más conservador, profesar el protestantismo y estar a favor de la permanencia de Escocia dentro del Reino Unido. Así surge el Old Firm, el que para muchos es el derbi deportivo más importante del mundo. Toma su nombre de un enfrentamiento entre Celtic y Rangers en 1909. Ambas directivas, enfrentadas en lo deportivo pero muy afines en lo empresarial, acordaron un biscotto entre ambos equipos para así forzar otro partido de desempate (aún no se había inventado la prórroga, ni los desempates a penaltis) y generar más taquilla. Se cuenta que los hinchas, tras ver que los jugadores de ambos equipos no tenían mucho interés en atacar y lanzar a puerta, invadieron el campo y arrasaron las taquillas como señal de protesta. 

Desde entonces la rivalidad entre ambos clubes es una constante. Y lo más curioso es que en un derbi entre ellos, dos equipos escoceses, no verás en las gradas ninguna bandera con la cruz de San Andrés. Sólo verás banderas irlandesas en un fondo y de la Union Jack en el otro. Y, para evitar incidentes, los partidos se celebran siempre a mediodía, intentando que el alcohol aumente los enfrentamientos entre ambas aficiones.

jueves, 2 de mayo de 2019

Sangre y hielo

Aunque el deporte haya nacido y crecido en torno a una serie de valores positivos, muchas veces es más lo que nos venden que lo que hay en sí, ya que estos brillan por su ausencia. Este es el caso de nuestra historia de hoy, una historia que conmocionó y mantuvo en vilo a todo Estados Unidos, y que incluso disparó los niveles de audiencia de los Juegos Olímpicos de Invierno en Lillehammer (Noruega) en 1994 a cotas insospechadas hasta la fecha.

A principios de los 90, Estados Unidos tenía un puñado de buenas patinadoras artísticas que aspiraban a defender su país en las competiciones internacionales. Era la época de la disgregación de la Unión Soviética y de la unificación de las dos Alemanias, grandes rivales de las estadounidenses por aquel entonces. Todos sabían que las medallas eran mucho más asequibles que de costumbre y nadie quería dejar pasar la oportunidad de colgarse una. 


Foto: Willamette Week
Tonya Harding era una joven a la que la vida no le había tratado bien. Creció en un ambiente familiar totalmente desestructurado, en donde el maltrato físico y psíquico por parte de una madre obsesiva fue una constante a lo largo de su vida. Pese a que no cumplía los cánones estéticos de la mayoría de las patinadoras (era baja, musculosa y poco agraciada físicamente), comenzó a destacar en el patinaje porque "para Tonya era su billete para huir del fango", tal y como recuerda su entrenadora Diane Rawlinson. Quizás influenciada por sus circunstancias personales, destacaba más en las figuras libres, cuando tocaba improvisar, que en las figuras obligatorias, donde no se mostraba tan cómoda sujeta a unos patrones cerrados. 



Nancy Kerrigan era todo lo opuesto a Tonya Harding. Había crecido en el seno de una familia de ascendencia irlandesa y alemana, en donde los padres se volcaron con ella y su afición por el patinaje (su padre llegó a acumular hasta tres trabajos simultáneos para costear los gastos familiares y los del patinaje de Nancy). Su belleza natural, la elegancia en sus actuaciones y la sonrisa permanente que mostraba, sirvieron para que los anunciantes (Revlon, Reebok, Campbell Soap...) se peleasen por contratarla como reclamo publicitario. Incluso el diseño de sus trajes corría a cargo de una famosa marca de vestidos de novia.

La primera en destacar fue Tonya Harding, cuando en 1991 llega a la élite del patinaje artístico mundial tras ejecutar un triple axel (un salto con tres giros y medio en el aire, 1260º, considerado el más dificil de todos) durante el campeonato de Estados Unidos. Volvería a repetirlo en los Campeonatos del Mundo, pasando a ser la primera norteamericana que lo ejecutaba en dicho evento. Sin embargo, aquello no le sirvió para ganar el oro. En un deporte en el que la apariencia es tan importante como la capacidad para mantenerse erguida sobre unas cuchillas, las habilidades atléticas de Tonya pesaron menos que su tosca apariencia, su flequillo despeinado y sus trajes de elaboración casera. Muy a su pesar, tuvo que conformarse con la plata, mientras que el oro se iba a su compatriota Kristi Yamaguchi, a la que había superado sin problemas unas semanas antes en los campeonatos nacionales.

La tercera en ese Campeonato del Mundo fue, la hasta entonces desconocida, Nancy Kerrigan. Grácil, esbelta, estilosa... era la perfecta antítesis de la fuerza y el nervio de Tonya Harding. Tanto que Tonya empieza a obsesionarse con Nancy, llegando a afirmar que "Nancy era una princesa y yo era un montón de mierda". Los aficionados al patinaje artístico se dividían entre los partidarios de una y otra, sin dejar a nadie indiferente.

Foto: Biography.com
La obsesión va a mayores en 1992 cuando Nancy comienza a superar a Tonya en los campeonatos: primeros en los nacionales, luego en los Juegos olímpicos de Albertville 1992 en los que le priva de la medalla de bronce... En 1993 Nancy Kerrigan ya es todo un icono mundial. No es sólo un potente reclamo publicitario, ni la imagen que la Asociación de Patinaje Artístico de Estados Unidos proyecta orgullosa a los más jóvenes, ahora también es la mejor patinadora del momento. Y eso es algo que Tonya Harding no soporta. 

En 6 de Enero de 1994 tiene lugar un hecho conmociona a todo Estados Unidos. A la salida del entrenamiento, Nancy Kerrigan es agredida por un encapuchado, que rápidamente se dio a la fuga, con la intención de causarle una lesión en sus piernas. Los llantos de Nancy, mientras su padre la llevaba en brazos, recorrieron las televisiones de medio mundo. "¿Por qué?, ¿Por qué yo?", gritaba angustiada. Quedaban tan sólo 5 semanas para los Juegos Olímpicos y todo presagiaba que no iba a llegar a tiempo de recuperarse.



Las autoridades norteamericanas abrieron una investigación y no tardaron en detener al agresor encapuchado. Se trataba de Shane Sant, un personaje sin escrúpulos y con antecedentes policiales por diversas actividades delictivas. Tirando del hilo, descubrieron que el agresor había sido contratado por Jeff Gillooly, el marido de Tonya Harding, y a un amigo suyo. El acuerdo consistía en cortarle el talón de Aquiles a Nancy, para que no pudiera ir a la cita olímpica. Tonya y su marido pensaban que de esta manera asegurarían su participación en las olimpiadas y, una vez allí, convertida en figura mundial, se llenarían los bolsillos con millones de dólares. 

Aquel siniestro plan no era más que un plagio del que empleó un fanático seguidor de la tenista alemana Steffi Graff, que no dudó en acuchillar en medio de un torneo a la serbia Mónica Seles para que su idolatrada tenista recuperase en nº1 mundial. Pero no salió como esperaban. Primero porque el agresor, en lugar de cortarle el talón de Aquiles, sólo le golpeó en su rodilla derecha. Y después porque los agresores demostraron ser unos auténticos aficionados, ya que nos sólo dejaron mil pistas sino que encima se dedicaron a alardear de su hazaña entre sus conocidos. Y como ya se sabe, la policía no es tonta y no tardó mucho en dar con ellos. 

Tonya Harding negó estar implicada en todo este escándalo. Y, aunque la policía encontró documentos con pruebas caligráficas que la implicaban en el diseño del plan, ella -a día de hoy- sigue negándolo. Tan sólo admite su culpabilidad en el hecho de no informar a la policía de cosas que había oído hablar a su marido, y por obstaculizar la investigación al intentar encubrirlo.

En medio de todo este huracán mediático y judicial, ambas acudieron a los Juegos Olímpicos de Lillehammer 1994 un mes después. Allí Nancy, pese a no haber podido entrenar prácticamente nada desde la agresión, logra hacerse con la plata. Tonya, lejos de las medallas, se tuvo que conformar con una octava posición, que además se vio acompañada por constantes abucheos del público asistente. Aquella retransmisión alcanzó unos índices de audiencia de los más altos en la historia de la televisión estadounidense. 

Tras acabar los Juegos, Nancy decidió colgar los patines y, con ellos también dejó atrás su imagen de chica modesta, risueña y perfecta que proyectó tanto tiempo. Su -hasta entonces desconocido- carácter déspota y arrogante le jugaría más de una mala pasada, como en un acto con la multinacional Disney, en donde con los micrófonos en abierto quedó en evidencia. Se casó con su manager, 16 años mayor que ella, tras varios años de relaciones a escondidas mientras él estaba casado con otra mujer. Actualmente sigue vinculada al deporte actuando en exhibiciones y como comentarista de competiciones en la televisión. Afirma no haberse olvidado de aquel incidente y dice seguir esperando las disculpas de Tonya. 





Por su parte, Tonya Harding fue expulsada de la Asociación de Patinaje Artístico de Estados Unidos nada más terminar los Juegos Olímpicos. Y, como fue considerada persona non grata en el mundo del patinaje, decidió pasarse al boxeo, en donde tuvo un paso efímero, al igual que en la industria del cine para adultos. Este año fue noticia porque su vida fue llevada al cine a través de la película "I, Harding". En ella, se muestra como la violencia y los abusos que afirma haber sufrido en su infancia y en su juventud, primero a través de su madre y luego por su marido, le marcaron su carácter. Al final, resultó ser que ni la buena era tan buena, ni la mala era tan mala.

Lo más curioso del caso, es que hubo una tercera protagonista que también salió perjudicada de todo esto: Michelle Kwan. Con tan sólo 13 años había obtenido el 2º puesto en los Campeonatos Nacionales, lo que le clasificaba directamente para la olimpiadas de 1994 junto a Tonya Harding. Sin embargo, la Federación norteamericana decidió que su plaza la ocupase Nancy Kerrigan, que no pudo participar al estar reponiéndose de las lesiones causadas por su agresor. Kwan, posteriormente ganaría 5 mundiales y 2 medallas olímpicas, que podrían haber sido más de no haber sido apeada injustamente de aquella olimpiada.