Aunque el deporte haya nacido y crecido en torno a una serie de valores positivos, muchas veces es más lo que nos venden que lo que hay en sí, ya que estos brillan por su ausencia. Este es el caso de nuestra historia de hoy, una historia que conmocionó y mantuvo en vilo a todo Estados Unidos, y que incluso disparó los niveles de audiencia de los Juegos Olímpicos de Invierno en Lillehammer (Noruega) en 1994 a cotas insospechadas hasta la fecha.
A principios de los 90, Estados Unidos tenía un puñado de buenas patinadoras artísticas que aspiraban a defender su país en las competiciones internacionales. Era la época de la disgregación de la Unión Soviética y de la unificación de las dos Alemanias, grandes rivales de las estadounidenses por aquel entonces. Todos sabían que las medallas eran mucho más asequibles que de costumbre y nadie quería dejar pasar la oportunidad de colgarse una.
Tonya Harding era una joven a la que la vida no le había tratado bien. Creció en un ambiente familiar totalmente desestructurado, en donde el maltrato físico y psíquico por parte de una madre obsesiva fue una constante a lo largo de su vida. Pese a que no cumplía los cánones estéticos de la mayoría de las patinadoras (era baja, musculosa y poco agraciada físicamente), comenzó a destacar en el patinaje porque "para Tonya era su billete para huir del fango", tal y como recuerda su entrenadora Diane Rawlinson. Quizás influenciada por sus circunstancias personales, destacaba más en las figuras libres, cuando tocaba improvisar, que en las figuras obligatorias, donde no se mostraba tan cómoda sujeta a unos patrones cerrados.
Nancy Kerrigan era todo lo opuesto a Tonya Harding. Había crecido en el seno de una familia de ascendencia irlandesa y alemana, en donde los padres se volcaron con ella y su afición por el patinaje (su padre llegó a acumular hasta tres trabajos simultáneos para costear los gastos familiares y los del patinaje de Nancy). Su belleza natural, la elegancia en sus actuaciones y la sonrisa permanente que mostraba, sirvieron para que los anunciantes (Revlon, Reebok, Campbell Soap...) se peleasen por contratarla como reclamo publicitario. Incluso el diseño de sus trajes corría a cargo de una famosa marca de vestidos de novia.
La primera en destacar fue Tonya Harding, cuando en 1991 llega a la élite del patinaje artístico mundial tras ejecutar un triple axel (un salto con tres giros y medio en el aire, 1260º, considerado el más dificil de todos) durante el campeonato de Estados Unidos. Volvería a repetirlo en los Campeonatos del Mundo, pasando a ser la primera norteamericana que lo ejecutaba en dicho evento. Sin embargo, aquello no le sirvió para ganar el oro. En un deporte en el que la apariencia es tan importante como la capacidad para mantenerse erguida sobre unas cuchillas, las habilidades atléticas de Tonya pesaron menos que su tosca apariencia, su flequillo despeinado y sus trajes de elaboración casera. Muy a su pesar, tuvo que conformarse con la plata, mientras que el oro se iba a su compatriota Kristi Yamaguchi, a la que había superado sin problemas unas semanas antes en los campeonatos nacionales.
La tercera en ese Campeonato del Mundo fue, la hasta entonces desconocida, Nancy Kerrigan. Grácil, esbelta, estilosa... era la perfecta antítesis de la fuerza y el nervio de Tonya Harding. Tanto que Tonya empieza a obsesionarse con Nancy, llegando a afirmar que "Nancy era una princesa y yo era un montón de mierda". Los aficionados al patinaje artístico se dividían entre los partidarios de una y otra, sin dejar a nadie indiferente.
La obsesión va a mayores en 1992 cuando Nancy comienza a superar a Tonya en los campeonatos: primeros en los nacionales, luego en los Juegos olímpicos de Albertville 1992 en los que le priva de la medalla de bronce... En 1993 Nancy Kerrigan ya es todo un icono mundial. No es sólo un potente reclamo publicitario, ni la imagen que la Asociación de Patinaje Artístico de Estados Unidos proyecta orgullosa a los más jóvenes, ahora también es la mejor patinadora del momento. Y eso es algo que Tonya Harding no soporta.
En 6 de Enero de 1994 tiene lugar un hecho conmociona a todo Estados Unidos. A la salida del entrenamiento, Nancy Kerrigan es agredida por un encapuchado, que rápidamente se dio a la fuga, con la intención de causarle una lesión en sus piernas. Los llantos de Nancy, mientras su padre la llevaba en brazos, recorrieron las televisiones de medio mundo. "¿Por qué?, ¿Por qué yo?", gritaba angustiada. Quedaban tan sólo 5 semanas para los Juegos Olímpicos y todo presagiaba que no iba a llegar a tiempo de recuperarse.
Las autoridades norteamericanas abrieron una investigación y no tardaron en detener al agresor encapuchado. Se trataba de Shane Sant, un personaje sin escrúpulos y con antecedentes policiales por diversas actividades delictivas. Tirando del hilo, descubrieron que el agresor había sido contratado por Jeff Gillooly, el marido de Tonya Harding, y a un amigo suyo. El acuerdo consistía en cortarle el talón de Aquiles a Nancy, para que no pudiera ir a la cita olímpica. Tonya y su marido pensaban que de esta manera asegurarían su participación en las olimpiadas y, una vez allí, convertida en figura mundial, se llenarían los bolsillos con millones de dólares.
Aquel siniestro plan no era más que un plagio del que empleó un fanático seguidor de la tenista alemana Steffi Graff, que no dudó en acuchillar en medio de un torneo a la serbia Mónica Seles para que su idolatrada tenista recuperase en nº1 mundial. Pero no salió como esperaban. Primero porque el agresor, en lugar de cortarle el talón de Aquiles, sólo le golpeó en su rodilla derecha. Y después porque los agresores demostraron ser unos auténticos aficionados, ya que nos sólo dejaron mil pistas sino que encima se dedicaron a alardear de su hazaña entre sus conocidos. Y como ya se sabe, la policía no es tonta y no tardó mucho en dar con ellos.
Tonya Harding negó estar implicada en todo este escándalo. Y, aunque la policía encontró documentos con pruebas caligráficas que la implicaban en el diseño del plan, ella -a día de hoy- sigue negándolo. Tan sólo admite su culpabilidad en el hecho de no informar a la policía de cosas que había oído hablar a su marido, y por obstaculizar la investigación al intentar encubrirlo.
En medio de todo este huracán mediático y judicial, ambas acudieron a los Juegos Olímpicos de Lillehammer 1994 un mes después. Allí Nancy, pese a no haber podido entrenar prácticamente nada desde la agresión, logra hacerse con la plata. Tonya, lejos de las medallas, se tuvo que conformar con una octava posición, que además se vio acompañada por constantes abucheos del público asistente. Aquella retransmisión alcanzó unos índices de audiencia de los más altos en la historia de la televisión estadounidense.
Tras acabar los Juegos, Nancy decidió colgar los patines y, con ellos también dejó atrás su imagen de chica modesta, risueña y perfecta que proyectó tanto tiempo. Su -hasta entonces desconocido- carácter déspota y arrogante le jugaría más de una mala pasada, como en un acto con la multinacional Disney, en donde con los micrófonos en abierto quedó en evidencia. Se casó con su manager, 16 años mayor que ella, tras varios años de relaciones a escondidas mientras él estaba casado con otra mujer. Actualmente sigue vinculada al deporte actuando en exhibiciones y como comentarista de competiciones en la televisión. Afirma no haberse olvidado de aquel incidente y dice seguir esperando las disculpas de Tonya.
Por su parte, Tonya Harding fue expulsada de la Asociación de Patinaje Artístico de Estados Unidos nada más terminar los Juegos Olímpicos. Y, como fue considerada persona non grata en el mundo del patinaje, decidió pasarse al boxeo, en donde tuvo un paso efímero, al igual que en la industria del cine para adultos. Este año fue noticia porque su vida fue llevada al cine a través de la película "I, Harding". En ella, se muestra como la violencia y los abusos que afirma haber sufrido en su infancia y en su juventud, primero a través de su madre y luego por su marido, le marcaron su carácter. Al final, resultó ser que ni la buena era tan buena, ni la mala era tan mala.
Lo más curioso del caso, es que hubo una tercera protagonista que también salió perjudicada de todo esto: Michelle Kwan. Con tan sólo 13 años había obtenido el 2º puesto en los Campeonatos Nacionales, lo que le clasificaba directamente para la olimpiadas de 1994 junto a Tonya Harding. Sin embargo, la Federación norteamericana decidió que su plaza la ocupase Nancy Kerrigan, que no pudo participar al estar reponiéndose de las lesiones causadas por su agresor. Kwan, posteriormente ganaría 5 mundiales y 2 medallas olímpicas, que podrían haber sido más de no haber sido apeada injustamente de aquella olimpiada.
A principios de los 90, Estados Unidos tenía un puñado de buenas patinadoras artísticas que aspiraban a defender su país en las competiciones internacionales. Era la época de la disgregación de la Unión Soviética y de la unificación de las dos Alemanias, grandes rivales de las estadounidenses por aquel entonces. Todos sabían que las medallas eran mucho más asequibles que de costumbre y nadie quería dejar pasar la oportunidad de colgarse una.
Foto: Willamette Week |
La primera en destacar fue Tonya Harding, cuando en 1991 llega a la élite del patinaje artístico mundial tras ejecutar un triple axel (un salto con tres giros y medio en el aire, 1260º, considerado el más dificil de todos) durante el campeonato de Estados Unidos. Volvería a repetirlo en los Campeonatos del Mundo, pasando a ser la primera norteamericana que lo ejecutaba en dicho evento. Sin embargo, aquello no le sirvió para ganar el oro. En un deporte en el que la apariencia es tan importante como la capacidad para mantenerse erguida sobre unas cuchillas, las habilidades atléticas de Tonya pesaron menos que su tosca apariencia, su flequillo despeinado y sus trajes de elaboración casera. Muy a su pesar, tuvo que conformarse con la plata, mientras que el oro se iba a su compatriota Kristi Yamaguchi, a la que había superado sin problemas unas semanas antes en los campeonatos nacionales.
La tercera en ese Campeonato del Mundo fue, la hasta entonces desconocida, Nancy Kerrigan. Grácil, esbelta, estilosa... era la perfecta antítesis de la fuerza y el nervio de Tonya Harding. Tanto que Tonya empieza a obsesionarse con Nancy, llegando a afirmar que "Nancy era una princesa y yo era un montón de mierda". Los aficionados al patinaje artístico se dividían entre los partidarios de una y otra, sin dejar a nadie indiferente.
Foto: Biography.com |
En 6 de Enero de 1994 tiene lugar un hecho conmociona a todo Estados Unidos. A la salida del entrenamiento, Nancy Kerrigan es agredida por un encapuchado, que rápidamente se dio a la fuga, con la intención de causarle una lesión en sus piernas. Los llantos de Nancy, mientras su padre la llevaba en brazos, recorrieron las televisiones de medio mundo. "¿Por qué?, ¿Por qué yo?", gritaba angustiada. Quedaban tan sólo 5 semanas para los Juegos Olímpicos y todo presagiaba que no iba a llegar a tiempo de recuperarse.
Las autoridades norteamericanas abrieron una investigación y no tardaron en detener al agresor encapuchado. Se trataba de Shane Sant, un personaje sin escrúpulos y con antecedentes policiales por diversas actividades delictivas. Tirando del hilo, descubrieron que el agresor había sido contratado por Jeff Gillooly, el marido de Tonya Harding, y a un amigo suyo. El acuerdo consistía en cortarle el talón de Aquiles a Nancy, para que no pudiera ir a la cita olímpica. Tonya y su marido pensaban que de esta manera asegurarían su participación en las olimpiadas y, una vez allí, convertida en figura mundial, se llenarían los bolsillos con millones de dólares.
Aquel siniestro plan no era más que un plagio del que empleó un fanático seguidor de la tenista alemana Steffi Graff, que no dudó en acuchillar en medio de un torneo a la serbia Mónica Seles para que su idolatrada tenista recuperase en nº1 mundial. Pero no salió como esperaban. Primero porque el agresor, en lugar de cortarle el talón de Aquiles, sólo le golpeó en su rodilla derecha. Y después porque los agresores demostraron ser unos auténticos aficionados, ya que nos sólo dejaron mil pistas sino que encima se dedicaron a alardear de su hazaña entre sus conocidos. Y como ya se sabe, la policía no es tonta y no tardó mucho en dar con ellos.
Tonya Harding negó estar implicada en todo este escándalo. Y, aunque la policía encontró documentos con pruebas caligráficas que la implicaban en el diseño del plan, ella -a día de hoy- sigue negándolo. Tan sólo admite su culpabilidad en el hecho de no informar a la policía de cosas que había oído hablar a su marido, y por obstaculizar la investigación al intentar encubrirlo.
En medio de todo este huracán mediático y judicial, ambas acudieron a los Juegos Olímpicos de Lillehammer 1994 un mes después. Allí Nancy, pese a no haber podido entrenar prácticamente nada desde la agresión, logra hacerse con la plata. Tonya, lejos de las medallas, se tuvo que conformar con una octava posición, que además se vio acompañada por constantes abucheos del público asistente. Aquella retransmisión alcanzó unos índices de audiencia de los más altos en la historia de la televisión estadounidense.
Tras acabar los Juegos, Nancy decidió colgar los patines y, con ellos también dejó atrás su imagen de chica modesta, risueña y perfecta que proyectó tanto tiempo. Su -hasta entonces desconocido- carácter déspota y arrogante le jugaría más de una mala pasada, como en un acto con la multinacional Disney, en donde con los micrófonos en abierto quedó en evidencia. Se casó con su manager, 16 años mayor que ella, tras varios años de relaciones a escondidas mientras él estaba casado con otra mujer. Actualmente sigue vinculada al deporte actuando en exhibiciones y como comentarista de competiciones en la televisión. Afirma no haberse olvidado de aquel incidente y dice seguir esperando las disculpas de Tonya.
Por su parte, Tonya Harding fue expulsada de la Asociación de Patinaje Artístico de Estados Unidos nada más terminar los Juegos Olímpicos. Y, como fue considerada persona non grata en el mundo del patinaje, decidió pasarse al boxeo, en donde tuvo un paso efímero, al igual que en la industria del cine para adultos. Este año fue noticia porque su vida fue llevada al cine a través de la película "I, Harding". En ella, se muestra como la violencia y los abusos que afirma haber sufrido en su infancia y en su juventud, primero a través de su madre y luego por su marido, le marcaron su carácter. Al final, resultó ser que ni la buena era tan buena, ni la mala era tan mala.
Lo más curioso del caso, es que hubo una tercera protagonista que también salió perjudicada de todo esto: Michelle Kwan. Con tan sólo 13 años había obtenido el 2º puesto en los Campeonatos Nacionales, lo que le clasificaba directamente para la olimpiadas de 1994 junto a Tonya Harding. Sin embargo, la Federación norteamericana decidió que su plaza la ocupase Nancy Kerrigan, que no pudo participar al estar reponiéndose de las lesiones causadas por su agresor. Kwan, posteriormente ganaría 5 mundiales y 2 medallas olímpicas, que podrían haber sido más de no haber sido apeada injustamente de aquella olimpiada.