jueves, 23 de noviembre de 2023

El triunfo de la inteligencia


En el año 1952, los Juegos Olímpicos de verano llegaban a Helsinki (Finlandia). Aquel evento deportivo que el noble francés Pierre de Coubertain había conseguido resucitar, casi medio siglo antes, proseguía su crecimiento imparable edición tras edición. Una de las grandes novedades en aquel momento fue que la Unión Soviética, hasta entonces poco dada a participar en estas competiciones por el papel que ocupaba inicialmente el deporte en su programa ideológico, se presentaba por primera vez a unos Juegos Olímpicos. En la antesala de los que se conocería como la "guerra fría", la creciente rivalidad del bloque comunista, de la que era el germen y estandarte, con el bloque capitalista, encabezado por los Estados Unidos, sería llevada a todos los campos, incluido el deportivo. 

No se escatimaron gastos. La repercusión mediática de los Juegos Olímpicos ya no era un secreto y ganar al enemigo capitalista se convirtió en una obligación más que en una prioridad. El gobierno soviético pone al servicio de todos los países comunistas de su entorno una amplia variedad de medios (científicos, técnicos, médicos...) para que sus mejores atletas acudan a una concentración en Kiev y allí afinen su puesta a punto. Unos meses antes de la competición, varias delegaciones de países comunistas acuden a la concentración con la esperanza de poder competir en las mejores condiciones. Allí se encuentran con que van a trabajar con profesionales muy cualificados y a la vanguardia en campos tan variados como los sistemas de entrenamiento, la biomecánica, o la medicina del deporte. De entre todos los avances destacaba una innovadora plataforma que medía el impulso de la pisada de los atletas durante la carrera. Un dato muy valioso y que, junto a la frecuencia de la zancada, son claves en el rendimiento del corredor de élite. 

Checoslovaquia, controlada por entonces por el gobierno soviético, envió a sus mejores atletas a esa concentración para que pudieran beneficiarse de esos revolucionarios avances en las ciencias del deporte que tan bien les habían vendido los soviéticos. Entre ellos, estaba un tal Emil Zatopek, que por entonces era el plusmarquista mundial de los 5.000 metros. Había mucha expectación en conocer los resultados del atleta checoslovaco en aquellos innovadores test sobre la pisada. El resultado, que a día de hoy sigue sin publicarse, fue desconcertante. De entre más de doscientos atletas testados, el peor impulso de pisada correspondía a Emil Zatopek. Aquel resultado cayó como un jarro de agua fría sobre los científicos y el propio Emil. Por si hubiese ocurrido algún tipo de error en el protocolo o en la medición se repitió y revisó la medición. Quiso contentar a los científicos y realizó el mayor impulso posible. El resultado fue el mismo.

Sin embargo Emil, no se vino abajo. Era consciente de que para el atletismo tenía menos condiciones naturales que la mayoría de sus rivales. Pero también era verdad que su infancia no había sido precisamente un jardín de flores. De pequeño había sufrido el desprecio de sus compañeros, que se metían con él por su voz de pito, su complexión extremadamente delgada y enclenque, y hasta le confundían con una niña más pequeña. Tampoco encontró mucho apoyo en su familia. Pero era una persona muy inteligente. Tanto que su mejor arma fue la observación, convirtiéndose en todo un autodidacta. Pasó horas observando a los mejores entrenadores de la época, preguntándose y cuestionando si cuando se pensaba que las cosas se estaban haciendo bien, en realidad no se estaban haciendo mal. Perfeccionó un nuevo sistema de entrenamiento, el interval training, que terminó para siempre con el dominio de los corredores nórdicos, hasta aquel momento intratables en las pruebas de resistencia en pista.

Dos meses más tarde, se celebraban los Juegos olímpicos de Helsinki. participaron 5870 deportistas de 69 países y pasaron a la historia como los juegos de Emil Zatopek. Aquel corredor, al que una máquina le había rebajado su estatus, ganaba el oro en el 5.000 m, el 10.000 m y la maratón. Nunca nadie más volvería ha hacerlo