sábado, 14 de abril de 2018

Zelko Obradovic, el arte de innovar

Entrenadores buenos hay muchos, pero entrenadores que marquen las diferencias muy pocos. El serbio Zeljko Obradovic es uno de ellos. Durante mucho tiempo fue criticado porque sus métodos se salían tanto de la norma que muchos colegas de profesión nunca llegaban a entenderlos. Pero ahora, transcurridas más de dos décadas desde su llegada a los banquillos de aquel Joventut de Badalona que conquistó el cetro europeo, pocos se atreven en poner en tela de juicio sus decisiones.


Sus inicios en España no fueron precisamente un camino de rosas. Llegaba a un club en el que debía sustituir al que por entonces era -junto a Aito García Reneses- probablemente el mejor entrenador español: Lolo Sáinz, al que acababa de derrotar en la final de la máxima competición europea. Y por si fuera poco, llegaba con la etiqueta de ex-convicto tras haber pasado una temporada entre rejas por haber atropellado a un peatón en Yugoslavia. 

Competidor nato, controlaba todos los aspectos del juego. Pero en el que fue un pionero en nuestro país, fue en el aspecto psicológico, donde fue un maestro para unos y un villano para otros. Una prueba de ello, fue sus primeros partidos contra rivales directos al título, como por aquel entonces eran el Tau baskonia y el Estudiantes. En ambos partidos, quedando un segundo y ganando holgadamente, pidió un tiempo muerto en los segundos finales. Buscó provocar a los rivales para calentar futuros envites y lo logró: "Lo lamento por el Joventut, porque ha pasado de tener un señor en el banquillo (Lolo Sáinz) a tener un expresidiario", le espetó el gran Manel Comas, entrenador del TAU, entrando al trapo. 

Sus entrenamientos se convertían en auténticas maniobras militares, en las que se medía al detalle los aspectos técnicos y tácticos del juego. "Yo no veo caras, ni nombres, ni sueldos" solía esgrimir. Reconoce que llegó a no dormir muchas noches pensado en los entrenamientos porque "si vas a entrenar y un jugador te pregunta algo y no tienes la respuesta adecuada, tienes un problema". Y la misma dedicación que practicaba, también la exigía a sus hombres. "No permite un despiste, ni siquiera en un entreno. Recuerdo broncas antológicas, no se trata de personalizar, lo hace con todos. Esa es la clave, tambien amonesta a la estrella porque no permite que nadie no esté al 100%" afirma su ayudante Izquierdo.


Su filosofía de juego comenzó a desterrar lo que muchos consideraban axiomas del deporte: " de participar nada, aquí lo que hay es que ganar. Pongo todos los medios a mi alcance para que mi equipo gane, pero no voy a variar mi filosofía: ganar, ganar y ganar". Incluso sus entrenamientos, que no exceden de hora y media a intensidad máxima, y suelen basarse en 5 vs 5 a media pista, constituyen otra innovación.

Y no debe de hacerlo mal porque, como dice Joe Arlauckas "cuando lo conoces y te entrena, lo matarías; cuando termina la temporada, matarías por él". Es más, sabe conjugar el palo y la zanahoria de forma magistral. Cuentan que cuando el Joventut se clasificó para su segunda final de la Copa de Europa, para distraerlos y que no pensasen en cómo habían perdido la primera en el último segundo, los mandó al zoo de Estambul. O cómo preparó la eliminatoria contra el Panathinaikos haciendo que sus jugadores del Fenerbace entrenasen con varios bafles metiendo ruido a todo trapo, sin que sus jugadores pudiesen escucharse entre ellos, imitando el ambiente que se iban a encontrar en Grecia. Y mal no le fue, pues ganó los dos partidos en Grecia.

Como bien recuerda el gran Felipe Reyes: "Se las sabe todas"

martes, 3 de abril de 2018

Cruyff y el fútbol callejero.

Decía el gran Johan Cruyff que el fútbol consistía básicamente en dos cosas: pasar correctamente la pelota cuando la tenemos y controlarla adecuadamente cuando nos la pasan. Sin embargo, estamos asistiendo a un momento en el que la calidad técnica del jugador de fútbol está menguando, cosa que Cruyff achaca al lugar en el que los jóvenes aprenden a jugar al fútbol.


Y es que antes la academia de fútbol más importante era la calle. Allí era donde se congregaban todos los jóvenes al salir de la escuela, del trabajo, para practicar su deporte favorito. Por las mañanas se estudiaba o se trabajaba, y por las tardes se jugaba. Daba igual que fuese una calle, una plaza o un parque, allá se jugaba con mochilas, piedras o abrigos como postes. No existían las categorías ni el profesionalismo y, salvo algunas excepciones, todos entrenaban a la misma hora. 

Las calles se convertían en campos de entrenamiento improvisados en donde los más pequeños aprendían de los mayores observando e imitando lo que éstos hacían. Siempre alguno de los mayores se quedaba con los más pequeños para enseñarle sus trucos, corregir sus errores y guiarles en su mejora, pero sin quitarles de hacer las cosas que les gustaban.

Para Cruyff, por mucho que evolucionen las teorías y los modelos pedagógicos, por mucho que se empeñen en convertir el fútbol en una ciencia exacta y predecible, a base de machacar con discursos tácticos y retórica de pizarra, la mejor escuela sigue siendo la transmisión oral y práctica a través de jugadores de distintas edades. De nada sirven los entrenadores que saben qué entrenar si luego no saben cómo hacerlo. O lo que es lo mismo, y antes pasaba en las calles, solo aquellos que son capaces de hacer una habilidad o destreza serán capaces de enseñarlo a sus pupilos. El resto no. Podrán enseñar cosas secundarias, pero lo esencial no.