Decía el gran Johan Cruyff que el fútbol consistía básicamente en dos cosas: pasar correctamente la pelota cuando la tenemos y controlarla adecuadamente cuando nos la pasan. Sin embargo, estamos asistiendo a un momento en el que la calidad técnica del jugador de fútbol está menguando, cosa que Cruyff achaca al lugar en el que los jóvenes aprenden a jugar al fútbol.
Y es que antes la academia de fútbol más importante era la calle. Allí era donde se congregaban todos los jóvenes al salir de la escuela, del trabajo, para practicar su deporte favorito. Por las mañanas se estudiaba o se trabajaba, y por las tardes se jugaba. Daba igual que fuese una calle, una plaza o un parque, allá se jugaba con mochilas, piedras o abrigos como postes. No existían las categorías ni el profesionalismo y, salvo algunas excepciones, todos entrenaban a la misma hora.
Las calles se convertían en campos de entrenamiento improvisados en donde los más pequeños aprendían de los mayores observando e imitando lo que éstos hacían. Siempre alguno de los mayores se quedaba con los más pequeños para enseñarle sus trucos, corregir sus errores y guiarles en su mejora, pero sin quitarles de hacer las cosas que les gustaban.
Para Cruyff, por mucho que evolucionen las teorías y los modelos pedagógicos, por mucho que se empeñen en convertir el fútbol en una ciencia exacta y predecible, a base de machacar con discursos tácticos y retórica de pizarra, la mejor escuela sigue siendo la transmisión oral y práctica a través de jugadores de distintas edades. De nada sirven los entrenadores que saben qué entrenar si luego no saben cómo hacerlo. O lo que es lo mismo, y antes pasaba en las calles, solo aquellos que son capaces de hacer una habilidad o destreza serán capaces de enseñarlo a sus pupilos. El resto no. Podrán enseñar cosas secundarias, pero lo esencial no.
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