En el año 1968, México se convertía en la primera ciudad hispanoaméricana -y de habla hispana- que albergaba unos Juegos Olímpicos. Lo que parecía que iba a ser una edición más, pasaría a la historia como una de las más espectaculares de todos los tiempos, gracias a las marcas logradas: se rompió la barrera de los 10 segundos en los 100 metros lisos, se destrozó el récord de salto de longitud con un récord olímpico que aún perdura... y todo ello después de pasar los primeros controles antidopajes de la historia. Pero, si algo marcó estos juegos, fue la exhibición de Dick Fosbury, quien marcó un antes y un después en las pruebas de salto de altura.
Desde muy pequeño fue un amante del deporte, quizás por mera afición o tal vez porque en él encontró un medio con el que reprimir ciertos sentimientos de una infancia un tanto traumática (perdió en un accidente un hermano al que estaba muy unido, y sus padres tuvieron un divorcio nada amistoso). No le hacía ascos a ninguna modalidad deportiva y, aunque le encantaba el baloncesto, terminó decantándose por el salto de altura.
Por aquel entonces se empleaban únicamente técnicas muy naturales, como el rodillo ventral, el rodillo occidental o el estilo tijera. Estaban tan extendidas y aceptadas entre los atletas de la época que, ni se cuestionaban ni se barajaban alternativas. Hasta que un día, con tan sólo 15 años, y ante la desesperación de no verse competente ni con la tijera ni con los rodillos, Dick Fosbury decide replantearse la técnica de salto para minimizar sus carencias frente a sus rivales..
Amparándose en sus estudios universitarios de ingeniería civil, desgranó y le dio cien mil vueltas a la biomecánica para desarrollar una nueva técnica en la que se saltaba de espaldas. "Cuando estamos desesperados, a veces es cuando nuestra imaginación empieza a funcionar y encontramos soluciones que de otra forma ni siquiera habríamos soñado" reconoce Fosbury. Sus entrenadores intentaron que desistiera en su empeño y que adoptase las técnicas tradicionales aunque finalmente, debido a su empeño, le dieron el visto bueno.
Aprovechó sus estudios de ingeniería civil para aplicarlos al cuerpo humano y diseñar un nuevo modelo biomecánico en el que se saltaba de espaldas, dejando menos espacio entre el centro de gravedad del saltador y el listón a superar. Aún así, recuerda que "todos se reían de mí, considerándome un chiflado y un friky por salirme de las normas establecidas".
Su irrupción en la alta competición fue tan rápida como fugaz. Comenzó con su instituto con un subcampeonato estatal tras un salto de 1,96 m. Continuó con dos títulos Universitarios consecutivos, donde ya alcanzó los 2,20 m. Y, finalmente, se hizo con el oro en los Juegos Olímpicos de México 1968, alcanzando 2,24 m, nuevo récord olímpico. Tan sólo le quedó la espina de no haber superado por 4 cm. el récord del mundo que por entonces ostentaba el soviético Brúmel.
El nuevo estilo, rápidamente bautizado como Fosbury, fue adoptado paulatinamente por sus rivales, aunque también hubo un pequeño número de escépticos que siguieron negando su eficacia. Con ello, Dick Fosbury perdió la gran ventaja que le suponía ser el único usuario de la nueva técnica y volvió a ser un saltador del montón. Es más, ni logró clasificarse para los siguientes Juegos Olímpicos de Munich 1972 pese a tener sólo 25 años, edad en la que la mayoría de los saltadores están comenzando su etapa de plenitud.
Tras ese varapalo, se retiró. Aún así, siempre será recordado porque, sin ser el mejor dotado físicamente de su época, fue capaz de desarrollar una técnica innovadora que aún perdura en nuestros días y que cambió para siempre la prueba del salto de altura. Y a él, a titulo personal, siempre le quedará la satisfacción de "la popularidad actual es un premio maravilloso a cuanto tuve que aguantar al principio con un estilo que no gustaba a nadie. Sólo cuando gané en México pasé a la categoría de héroe".
Desde muy pequeño fue un amante del deporte, quizás por mera afición o tal vez porque en él encontró un medio con el que reprimir ciertos sentimientos de una infancia un tanto traumática (perdió en un accidente un hermano al que estaba muy unido, y sus padres tuvieron un divorcio nada amistoso). No le hacía ascos a ninguna modalidad deportiva y, aunque le encantaba el baloncesto, terminó decantándose por el salto de altura.
Por aquel entonces se empleaban únicamente técnicas muy naturales, como el rodillo ventral, el rodillo occidental o el estilo tijera. Estaban tan extendidas y aceptadas entre los atletas de la época que, ni se cuestionaban ni se barajaban alternativas. Hasta que un día, con tan sólo 15 años, y ante la desesperación de no verse competente ni con la tijera ni con los rodillos, Dick Fosbury decide replantearse la técnica de salto para minimizar sus carencias frente a sus rivales..
Amparándose en sus estudios universitarios de ingeniería civil, desgranó y le dio cien mil vueltas a la biomecánica para desarrollar una nueva técnica en la que se saltaba de espaldas. "Cuando estamos desesperados, a veces es cuando nuestra imaginación empieza a funcionar y encontramos soluciones que de otra forma ni siquiera habríamos soñado" reconoce Fosbury. Sus entrenadores intentaron que desistiera en su empeño y que adoptase las técnicas tradicionales aunque finalmente, debido a su empeño, le dieron el visto bueno.
Aprovechó sus estudios de ingeniería civil para aplicarlos al cuerpo humano y diseñar un nuevo modelo biomecánico en el que se saltaba de espaldas, dejando menos espacio entre el centro de gravedad del saltador y el listón a superar. Aún así, recuerda que "todos se reían de mí, considerándome un chiflado y un friky por salirme de las normas establecidas".
Su irrupción en la alta competición fue tan rápida como fugaz. Comenzó con su instituto con un subcampeonato estatal tras un salto de 1,96 m. Continuó con dos títulos Universitarios consecutivos, donde ya alcanzó los 2,20 m. Y, finalmente, se hizo con el oro en los Juegos Olímpicos de México 1968, alcanzando 2,24 m, nuevo récord olímpico. Tan sólo le quedó la espina de no haber superado por 4 cm. el récord del mundo que por entonces ostentaba el soviético Brúmel.
El nuevo estilo, rápidamente bautizado como Fosbury, fue adoptado paulatinamente por sus rivales, aunque también hubo un pequeño número de escépticos que siguieron negando su eficacia. Con ello, Dick Fosbury perdió la gran ventaja que le suponía ser el único usuario de la nueva técnica y volvió a ser un saltador del montón. Es más, ni logró clasificarse para los siguientes Juegos Olímpicos de Munich 1972 pese a tener sólo 25 años, edad en la que la mayoría de los saltadores están comenzando su etapa de plenitud.
Tras ese varapalo, se retiró. Aún así, siempre será recordado porque, sin ser el mejor dotado físicamente de su época, fue capaz de desarrollar una técnica innovadora que aún perdura en nuestros días y que cambió para siempre la prueba del salto de altura. Y a él, a titulo personal, siempre le quedará la satisfacción de "la popularidad actual es un premio maravilloso a cuanto tuve que aguantar al principio con un estilo que no gustaba a nadie. Sólo cuando gané en México pasé a la categoría de héroe".